...allá por
los tiempos de la conquista habitaba a orillas del Paraná una tribu
guaraní.
Su cacique
respetado y venerado por todos los indios, tenía una hija cuya belleza
cautivaba a quien la contemplara. Anahí era
su nombre, que en guaraní significa “la de dulce voz”. Entonaba
nostálgicas y misteriosas canciones, sembrando armonía a su alrededor.
Cierto día,
la paz de aquellas mansas tierras se vio quebrada por la invasión de los
hombres blancos. En la lucha, el gran cacique resultó muerto por un
capitán español.
Anahí,
enceguecida por el dolor, juró vengar la muerte de su padre. Y una noche
sin luna, se acercó al campamento enemigo y dio muerte al capitán.
Los
soldados la tomaron prisionera y la condenaron a morir en la hoguera. No hubo
gritos en la boca de Anahí, sino una melancólica canción de despedida.
Cuando de
aquella cruenta hoguera sólo quedaban cenizas, los soldados azorados no
podían creer lo que sus ojos veían en el mismo lugar del sacrificio se
erguía un tronco milagroso extendiendo sus brazos desbordantes de flores
rojas como la sangre.
Desde
entonces, la flor del seibo adorna y bendice las agrestes riberas y el
río acuna el recuerdo, hecho leyenda de la frágil indiecita.