Un día, hace muchísimo tiempo, los dioses Tezcatlipoca, Quetzalcoátl y
Citalicue, se reunieron para decidir si el Universo estaba completo.
Después de largas deliberaciones, que se extendieron por tres días y
tres noches, llegaron a la conclusión de que todavía faltaba algo: un
astro que iluminara la Tierra y le recordara al hombre, con su
esplendor, el poder y la magnificencia de los dioses. Resolvieron
entonces crear el Sol.
Enviaron mensajeros anunciando que aquél que quisiera convertirse en Sol
debía presentarse sin demora en el lugar donde los dioses estaban
reunidos.
Dos hombres acudieron al llamado: Tecciztécatl, rico y hermoso, y
Nanahuatzin, pobre y enfermo.
Los dioses eligieron al primero y lo llevaron ante una enorme hoguera
sagrada.
Para convertirse en Sol, debía arrojarse al fuego.
Al ver las enormes llamaradas, Tecciztécatl retrocedió asustado.
Entonces Nanahuatzin, sin vacilar un instante se arrojó a la hoguera,
valerosamente, de donde salió convertido en Sol.
Al ver esto Tecciztécatl se avergonzó de su cobardía y se arrojó a las
llamas, poco después salió de éstas convertido en Luna.
Al principio los dos brillaban con la misma intensidad, pero los dioses
para recordarle su cobardía arrojaron un conejo a la Luna con lo cual su
brillo disminuyó.
Según esta leyenda, aún hoy puede verse este conejo en la Luna y sirve
para recordarnos que el valor es una virtud mayor que la belleza o la
riqueza.